viernes, 15 de abril de 2011

Lecciones sobre la fe

Al lector del Blog:

Aquí estamos otra vez para compartir un tema tan esencial que cualquier otro conocimiento que esté a nuestro alcance. La semana pasada hemos publicado el primer capítulo del Libro: "Lecciones sobre la fe" escrito por los pioneros E. J. Waggoner y A. T. Jones. Por demás está decirles que se lo recomendamos y si es de su interés pronto estará para su descarga en la página: www.lajusticiadecristo.com 

En esta ocasión, no voy a postear el segundo capítulo de este libro, sino simplemente tocar un tema que explica el mismo de una manera mas resumida. Además de complementar el estudio con algunas citas de la profeta de Dios, Elena G. de Withe.

¿Qué es la fe? ¿Cómo surge? ¿Cómo la puedo ejercitar? 

Sin fe es imposible agradar a Dios. La razón es que "todo lo que no es de fe, es pecado" (Rom. 14:23); y desde luego, el pecado no puede agradar a Dios. (Jones, 1898)

Es probable que cada uno de nosotros hallamos comprendido lo que es la fe mediante una conocida definición establecida en la Biblia: "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11: 1), pero sin conocer lo que es la fe realmente.

En palabras de Jones: la fe viene "por la palabra de Dios". A ella debemos, pues, acudir.

Cierto día, un centurión vino a Jesús, y le dijo: "Señor, mi criado yace en casa paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Y respondió el centurión, y dijo: Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techado; mas solamente di la palabra, y mi criado sanará Y oyendo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe" (Mat. 8:6-10).
Jesús encuentra aquí cierta cualidad que denomina feCuando comprendemos lo que es, hemos hallado la fe. Entender el hecho es entender la fe. No puede haber ninguna duda al respecto, ya que Jesús es "el autor… de la fe", y él mismo dijo que lo manifestado por el centurión era "fe". Efectivamente, una gran fe.
¿Dónde está, pues, la fe? El centurión deseaba la realización de algo. Anhelaba que el Señor lo realizara. Pero cuando el Señor le dijo, "Yo iré" y lo haré, el centurión lo puso a prueba diciendo, "solamente di la palabra", y será hecho.
Ahora, ¿por medio de qué esperó el centurión que la obra se realizara? SOLAMENTE por la palabra. ¿De qué dependió para la curación de su siervo? SOLAMENTE de la palabra.
Y el Señor Jesús afirma que eso es fe. (Jones, 1898)

La fe es esperar que la palabra de Dios cumpla lo que dice, y confiar en que esa palabra cumple lo que dice.

Puesto que eso es fe, y la fe viene por la palabra de Dios, podemos esperar que sea ésta misma la que enseñe que la palabra tiene en sí misma el poder para cumplir lo que dice.
Y así es, efectivamente: la palabra de Dios enseña precisamente eso, y no otra cosa; esa es la "palabra fiel" –la palabra llena de fe.

La mayor parte del primer capítulo de la Biblia, contiene principalmente instrucción sobre la fe. En él encontramos no menos de seis declaraciones que tienen el definido propósito de inculcar la noción de fe; si contamos además lo que implica, en esencia, el primer versículo, en total suman siete.
Leamos, pues, el primer versículo de la Biblia: "En el principio, creó Dios los cielos y la tierra". ¿Cómo los creó? "Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca".
"Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió" (Sal. 33:6-9). Antes de que dijese, no había nada: después que habló, "fue hecho". Fue hecho, solamente mediante la palabra. ¿Qué fue lo que causó la creación? La simple palabra.
Las tinieblas cubrían toda la faz del abismo. Dios quiso que allí hubiese luz. Pero ¿cómo hacer para que hubiese luz allí donde todo eran tinieblas? Habló una vez más: "Y dijo Dios: Sea la luz: y fue la luz". ¿Cómo vino la luz? La misma palabra pronunciada, produjo la luz. "El principio de tus palabras alumbra" (Sal. 119:130).


No había expansión, o firmamento. Dios quiso que lo hubiera. ¿Cómo lo trajo a la existencia? "Dijo Dios: Haya expansión…" Y así fue. El mismo proceso con la tierra, el agua, la vegetación, las lumbreras y los animales. "Y dijo Dios: produzca…" "y fue así".


Es, pues, "por la palabra de Jehová" que todas las cosas fueron creadas. Él dijo la palabra solamente, y fue así: la palabra hablada produjo por sí misma el resultado.
Aquel que ejerce la fe, sabe que la palabra de Dios tiene poder creador, y por lo tanto, es capaz de producir lo que dice. Por consiguiente, puedes tener la certeza –no la suposición– de que el universo fue llamado a la existencia por la palabra de Dios.
Quien ejerce fe puede tener la seguridad de que, si bien antes de que Dios dijese la palabra, ninguna de las cosas que ahora contemplamos era visible, por la sencilla razón de que no existía; sin embargo, al pronunciar la palabra, el universo fue hecho. La palabra causó su ser o existencia.



"En la palabra, de Dios está la energía creadora que llamó los mundos a la existencia.  Esta palabra imparte poderengendra vida.  Cada orden es una promesa; aceptada por la voluntad, recibida en el alma trae consigo la vida del Ser Infinito. . . .
"De igual modo se sostiene la vida así impartida.  El hombre vivirá "de toda palabra que sale de la boca de Dios."
LA FE POR LA CUAL VIVO, p.22

Esa es la diferencia entre la palabra de Dios y la palabra del hombre (Ver 1 Tes. 2: 13). El hombre puede hablar; pero en sus palabras no hay poder para realizar lo expresado por ellas: para que se cumpla lo que ha dicho, hace falta que el hombre añada algo, además de hablar. Tiene que "hacer buena su palabra". No pasa lo mismo con la palabra de Dios. Cuando Dios habla, la cosa ocurre. Y ocurre simplemente porque Él habló, porque Él pronunció la palabra. (Jones, 27 dic. 1898)

Asimismo cuando la palabra de Dios se pronuncia para un tiempo distante, como en las profecías que han de cumplirse cientos de años después, al llegar el momento señalado, esa palabra se cumple. Y no se cumple porque Dios haga algo para cumplirla; sino porque la palabra fue pronunciada para ese momento.


Tal ocurrió en la creación. Y así ocurrió también en la redención: curó a los enfermos, echó fuera demonios, calmó la tempestad, limpió a los leprosos, resucitó a los muertos, perdonó los pecados, todo por su palabra. En todo ello, también "Él dijo, y fue hecho".


"La vida de Dios, que comunica vida al mundo, está en su palabra.  Fue por su palabra como Jesús sanó las enfermedades y echó fuera demonios.  Por su palabra, calmó el mar y resucitó muertos; y la gente dio testimonio de que su palabra tenía poder.  El habló la palabra de Dios como la había hablado a todos los escritores del Antiguo Testamento. Toda la Biblia es una manifestación de Cristo.  Es nuestra única fuente de poder."
OBREROS EVANGÉLICOS, p.263

Es por eso que la fe es el conocer que en la palabra de Dios hay ese poder, es esperar que la misma palabra hará lo dicho por ella, y depender solamente de esa palabra para la realización de lo dicho. 
La fe "es don de Dios" (Efe. 2: 8); y en  las Escrituras está claro que se da a todos: "la medida de fe que Dios repartió a cada uno" (Rom. 12: 3)
La fe viene por la palabra de Dios. Por lo tanto, leemos que "cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe, la cual predicamos" (Rom. 10: 8). De manera que la fe, la palabra de fe, está en la misma boca y corazón de todo hombre.
¡La palabra de Dios es divina! Hay en ella poder. Es "viva y eficaz". Lleva en ella misma el cumplimiento; y confiar en ella y apoyarse en ella, como tal, eso es ejercer fe. ¿Tienes tu fe?

Una vez que entiendo que es la fe y la recibo... ¿Cómo puedo ejercitarla o cultivarla? 

Cultivar la fe consiste en fortalecer, mediante la práctica, la confianza en el poder mismo de la palabra de Dios, para cumplir lo que ella misma pronuncia, y la dependencia de la palabra misma para cumplir lo dicho.
Cómo cultivar tu fe, es más esencial que cualquier otro conocimiento que puedas obtener...
¿Estás cultivando la fe?

"El Salvador les contestó: "¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del hombre que sube donde estaba primero? El espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha: las palabras que yo os he hablado, son espíritu, y son vida."
La vida de Cristo, que da vida al mundo, está en su palabra. (...) Toda la Biblia es una manifestación de Cristo, y el Salvador deseaba fijar la fe de sus seguidores en la Palabra. Cuando su presencia visible se hubiese retirado, la Palabra sería fuente de poder para ellos. Como su Maestro, habían de vivir "con toda palabra que sale de la boca de Dios."*
Así como nuestra vida física es sostenida por el alimento, nuestra vida espiritual es sostenida por la palabra de Dios. Y cada alma ha de recibir vida de la Palabra de Dios para sí. Como debemos comer por nosotros mismos a fin de recibir alimento, así hemos de recibir la Palabra por nosotros mismos.  No hemos de obtenerla simplemente por medio de otra mente. Debemos estudiar cuidadosamente la Biblia, pidiendo a Dios la ayuda del Espíritu Santo a fin de comprender su Palabra. Debemos tomar un versículo, y concentrar el intelecto en la tarea de discernir el pensamiento que Dios puso en ese versículo para nosotros. Debemos espaciarnos en el pensamiento hasta que venga a ser nuestro y sepamos "lo que dice Jehová.""
DESEADO DE TODAS LAS GENTES, p.354-355

"La Biblia es la voz de Dios hablándonos tan ciertamente como si pudiéramos oírlo con nuestros oídos.  La palabra del Dios viviente no está sólo escrita, sino que es hablada. ¿Recibimos la Biblia como el oráculo de Dios?  Si nos diésemos cuenta de la importancia de esta Palabra, ¡con qué respeto la abriríamos, y con qué fervor escudriñaríamos sus preceptos!  La lectura y la contemplación de las Escrituras serían consideradas como una audiencia con el Altísimo.
La Palabra de Dios es un mensaje que debemos obedecer, un volumen para consultar a menudo y con cuidado, y con un espíritu deseoso de asimilar las verdades escritas para la admonición de aquellos a quienes han alcanzado los fines de los siglos.  No debe ser descuidado en favor de cualquier otro libro.  Si no seguimos los caminos de Dios necesitamos convertirnos.  Si practicamos su Palabra esto originará una influencia elevadora en nuestra vida mental, moral y física. . . Cuando abramos la Biblia comparemos nuestras vidas con sus requerimientos, midiendo nuestro carácter con la gran norma moral de justicia" (Manuscrito 30a, 1896).
EN LUGARES CELESTIALES, p.134 

Como habrás visto, decidí mostrate este gran tema no con mis palabras, ni expresando mi voluntad.. sino  explicarlo por medio de la palabra de Dios a través de sus profetas. Es mi deseo que puedas entenderlo y reflexionar nuevamente que cuando tomas tu Biblia, no tomas un simple libro, sino "la voz de Dios" tal cual la hubiésemos oído al instante. Es la palabra hablada, tiene poder para cumplir lo que dice, y es vida; solo debes tener la certeza, la seguridad de que esa palabra cumple lo dicho por ella y depender solo de esa palabra. ¡¡Bendiciones y un Feliz Sábado mi hermano!!


viernes, 8 de abril de 2011

Viviendo por la fe

E.J. Waggoner
"El justo vivirá por la fe" (Rom. 1:17).

Esa declaración es el resumen de lo que el apóstol desea explicar acerca del evangelio. El evangelio es poder de Dios para salvación, pero solamente "a todo aquel que cree"; en el evangelio se revela la justicia de Dios. La justicia de Dios es la perfecta ley de Dios, que no es otra cosa que la transcripción de su propia recta voluntad. Toda injusticia es pecado, o transgresión de la ley. El evangelio es el remedio de Dios para el pecado; su obra, por consiguiente, debe consistir en poner a los hombres en armonía con la ley –esto es, que se manifiesten en sus vidas las obras de la ley justa–. Pero esa es enteramente una obra de la fe –la justicia de Dios se descubre "de fe en fe"–, fe al principio y fe al final, como está escrito: "el justo vivirá por la fe".

Eso ha venido siendo así en toda época, desde la caída del hombre. Y lo seguirá siendo hasta que los santos de Dios tengan escrito su nombre en sus frentes, y lo vean como Él es. El apóstol tomó la cita del profeta Habacuc (2:4). Si los profetas no lo hubiesen revelado, los primeros cristianos no lo habrían podido conocer, ya que disponían solamente del Antiguo Testamento. Decir que en los tiempos antiguos los hombres no tenían sino una idea imperfecta de la fe, equivale a decir que no había ningún hombre justo en aquellos tiempos. Pero Pablo retrocede hasta el mismo principio y cita un ejemplo de fe salvífica. Dice: "Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín, por la cual alcanzó testimonio de que era justo" (Heb. 11:4). Dice asimismo de Noé, que fue por fe que construyó el arca en la que fue salva su casa; "por la cual fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que es por la fe" (Heb. 11:7). Se trataba de fe en Cristo, ya que era fe salvadora, y tenía que ser en el nombre de Jesús, "porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hech. 4:12).

Demasiados procuran vivir la vida cristiana en la fuerza de la fe que ejercieron cuando comprendieron su necesidad de perdón por los pecados de su vida pasada. Saben que solamente Dios puede perdonar los pecados, y que lo hace mediante Cristo; pero suponen que habiendo iniciado ese proceso cierto día, deben ahora continuar la carrera en su propia fuerza. Sabemos que muchos albergan esa idea. Lo sabemos, primeramente, porque lo hemos oído de algunos, y en segundo lugar, porque hay verdaderas multitudes de profesos cristianos que revelan la obra de un poder que en nada es superior a su propia capacidad. Si tienen algo que decir en las reuniones sociales, más allá de la repetida fórmula "quiero ser cristiano, a fin de poder ser salvo", no es otra cosa que su experiencia pasada, el gozo que experimentaron cuando creyeron por primera vez. Del gozo de vivir para el Señor, y de andar con él por la fe, no saben nada, y quien se refiera a ello, habla en un lenguaje que les resulta extraño. Pero el apóstol presenta definidamente este tema de la fe, como extendiéndose hasta el mismo reino de la gloria, en la concluyente ilustración que sigue:
"Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios. Y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Empero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (Heb. 11:5 y 6).

Obsérvese cuál es el argumento esgrimido para demostrar que es por la fe que Enoc fue trasladado: Enoc fue trasladado porque caminó con Dios y tenía el testimonio de agradar a Dios; pero sin fe es imposible agradar a Dios. Eso basta para probar lo expuesto. Sin fe, ningún acto que podamos hacer alcanza la aprobación de Dios. Sin fe, lo mejor que el hombre pueda hacer queda infinitamente lejos de la única norma válida, que es la de la perfecta justicia de Dios. La fe es una buena cosa allá donde esté, pero la mejor fe en Dios para quitar la carga de los pecados pasados, no aprovechará a nadie, a menos que continúe presente en medida siempre creciente, hasta el fin de su tiempo de prueba.
Hemos oído a muchos manifestar lo difícil que les resultaba obrar el bien; su vida cristiana era de lo más insatisfactorio, estando marcada solamente por el fracaso, y se sentían tentados a ceder al desánimo. No es sorprendente que se desanimen, ya que el fracaso continuo es capaz de desanimar a cualquiera. El soldado más valiente del mundo entero, acabaría desanimado si sufriese una derrota en cada batalla. No será difícil oír de esas personas lamentos por ver mermada la confianza en sí mismas. Pobres almas, ¡si solamente pudieran llegar a perder completamente la confianza en sí mismas, y la pusiesen enteramente en Aquel que es poderoso para salvar, tendrían otro testimonio que dar! Entonces se gloriarían "en Dios por el Señor nuestro Jesucristo". Dice el apóstol, "Gozaos en el Señor siempre: otra vez os digo: Que os gocéis" (Fil. 4:4). Aquel que no se goza en Dios, incluso al ser tentado y afligido, no está peleando la buena batalla de la fe. Está luchando la triste batalla de la confianza en sí mismo, y de la derrota.

Todas las promesas de la felicidad definitiva son hechas a los vencedores. "Al que venciere", dice Jesús, "le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono" (Apoc. 3:21). "El que venciere poseerá todas las cosas", dice el Señor (Apoc. 21:7). Un vencedor es alguien que gana victorias. La herencia no es la victoria, sino la recompensa por la victoria. La victoria es ahora. Las victorias a ganar son la victoria sobre la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida, victorias sobre el yo y las indulgencias egoístas. Aquel que lucha y ve huir al enemigo, puede gozarse; nadie puede quitarle ese gozo que se produce al ver cómo claudica el enemigo. Algunos sienten pánico ante la idea de tener que mantener una continua lucha contra el yo y los deseos mundanos. Eso es así, solo porque desconocen totalmente el gozo de la victoria; no han experimentado mas que derrota. Pero el constante batallar no es algo penoso, cuando hay victoria continua. Aquel que cuenta sus batallas por victorias, desea encontrarse nuevamente en el campo de combate. Los soldados de Alejandro, que bajo su mando no conocieron jamás la derrota, estaban siempre impacientes por una nueva batalla. Cada victoria, que dependía únicamente de su ánimo, aumentaba su fortaleza y hacía disminuir en correspondencia la de sus vencidos enemigos. Ahora, ¿cómo podemos ganar victorias continuas en nuestra contienda espiritual? Escuchemos al discípulo amado:

"Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe" (1 Juan 5:4).

Leamos nuevamente las palabras de Pablo:

"Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, más vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí" (Gál. 2:20).

Aquí tenemos el secreto de la fuerza. Es Cristo, el Hijo de Dios, a quien fue dada toda potestad en el cielo y en la tierra, el que realiza la obra. Si es él quien vive en el corazón y hace la obra, ¿es jactancia decir que es posible ganar victorias continuamente? De acuerdo, eso es gloriarse, pero es gloriarse en el Señor, lo que es perfectamente lícito. Dijo el salmista: "En Jehová se gloriará mi alma". Y Pablo dijo: "Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" (Gál. 6:14).

Los soldados de Alejandro Magno tenían fama de invencibles. ¿Por qué? ¿Es porque poseían de forma natural más fortaleza o ánimo que todos sus enemigos? No, sino porque estaban bajo el mando de Alejandro. Su fuerza radicaba en su dirigente. Bajo otra dirección, habrían sufrido frecuentes derrotas. Cuando el ejército de la Unión se batía en retirada, presa del pánico, ante el enemigo, en Winchester, la presencia de Sheridan transformó la derrota en victoria. Sin él, los hombres eran una masa vacilante; con él a la cabeza, una armada invencible. Si hubieseis oído los comentarios de esos soldados victoriosos, tras la batalla, habríais escuchado alabanzas a su general, mezcladas con expresiones de gozo. Ellos eran fuertes porque su jefe lo era. Les inspiraba el mismo espíritu que lo animaba a él.

Pues bien, nuestro capitán es Jehová de los ejércitos. Se ha enfrentado al principal enemigo, y estando en las peores condiciones, lo ha vencido. Quienes lo siguen, marchan invariablemente venciendo para vencer. Oh, si aquellos que profesan seguirle quisieran poner su confianza en él, y entonces, por las repetidas victorias que obtendrían, rendirían la alabanza a Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.

Juan dijo que el que es nacido de Dios vence al mundo, mediante la fe. La fe se aferra al brazo de Dios, y la poderosa fuerza de éste cumple la obra. ¿De qué manera puede obrar el poder de Dios en el hombre, realizando aquello que jamás podría hacer por sí mismo?, nadie lo puede explicar. Sería lo mismo que explicar de qué modo puede Dios dar vida a los muertos. Dice Jesús: "El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de donde viene, ni a donde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3:8). Cómo obra el Espíritu en el hombre, para subyugar sus pasiones y hacerlo victorioso sobre el orgullo, la envidia y el egoísmo, es algo que sólo conoce el Espíritu; a nosotros nos basta con saber que así es, y será en todo quien desee, por encima de cualquier otra cosa, una obra tal en sí mismo, y que confíe en Dios para su realización.

Nadie puede explicar el mecanismo por el que Pedro fue capaz de caminar sobre la mar, entre olas que se abalanzaban sobre él; pero sabemos que a la orden del Señor sucedió así. Por tanto tiempo como mantuvo sus ojos fijos en el Maestro, el divino poder le hizo caminar con tanta facilidad como si estuviera pisando la sólida roca; paro cuando comenzó a contemplar las olas, probablemente con un sentimiento de orgullo por lo que estaba haciendo, como si fuera él mismo quien lo hubiese logrado, de forma muy natural fue presa del miedo, y comenzó a hundirse. La fe le permitió andar sobre las olas; el temor le hizo hundirse bajo ellas.

Dice el apóstol: "Por la fe cayeron los muros de Jericó con rodearlos siete días" (Heb. 11:30). ¿Para qué se escribió tal cosa? Para nuestra enseñanza, "para que por la paciencia, y por la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza" (Rom. 15:4). ¿Qué significa? ¿Se nos llamará tal vez a luchar contra ejércitos armados, y a tomar ciudades fortificadas? No, "porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (Efe. 6:12); pero las victorias que se han ganado por la fe en Dios, sobre enemigos visibles en la carne, fueron registradas para mostrarnos lo que cumpliría la fe en nuestro conflicto con los gobernadores de las tinieblas de este mundo. La gracia de Dios, en respuesta a la fe, es tan poderosa en estas batallas como lo fue en aquellas; ya que dice el apóstol:

"Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne, (porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas); Destruyendo consejos, y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia de Cristo" (2 Cor. 10:3-5).

No fue solamente a enemigos físicos a quienes los valerosos héroes de antaño vencieron por la fe. De ellos leemos, no solamente que "ganaron reinos", sino también que "obraron justicia, alcanzaron promesas", y lo más animador y maravilloso de todo, "sacaron fuerza de la debilidad" (Heb. 11:33 y 34). Su debilidad misma se les convirtió en fortaleza mediante la fe, ya que la potencia de Dios en la flaqueza se perfecciona. ¿Quién podrá acusar entonces a los elegidos de Dios, teniendo en cuenta que es Dios quien nos justifica, y que somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras? "¿Quién nos apartará del amor de Cristo? tribulación? o angustia? o persecución? o hambre? o desnudez? o peligro? o cuchillo?" "Antes en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó" (Rom. 8:35,37). 
Signs of the Times, 25 marzo 1889

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